Con las tripas revueltas, los
pelos de punta y el corazón latiéndome a tal velocidad que podría ganar él
solito una maratón.
Así me he quedado tras leer la noticia del asesinato de un joven de 15 años al que sus padres enviaron a un campamento para “hacerle hombre”. Quien tenía que lograr tal mezquino objetivo ya había matado antes por “la causa”. Pero siguió esforzándose en hacer de la muerte de los chavales gay la peor de las torturas posibles: dejarles de morir de hambre, electrocutados, apaleados y vejados hasta límites mortales.
Así me he quedado tras leer la noticia del asesinato de un joven de 15 años al que sus padres enviaron a un campamento para “hacerle hombre”. Quien tenía que lograr tal mezquino objetivo ya había matado antes por “la causa”. Pero siguió esforzándose en hacer de la muerte de los chavales gay la peor de las torturas posibles: dejarles de morir de hambre, electrocutados, apaleados y vejados hasta límites mortales.
Sucedió en Sudáfrica pero podría
suceder en cualquier lado del mundo. También en esta España nuestra invadida
por la “sotanización” de la política y por la mezquindad y el integrismo de
quien viste esos faldones donde esconder miseria moral hedionda.
No hace tanto que Durán i Lleida
promulgaba este tipo de ideas de “reversión” de la condición sexual de personas
cuya orientación sexual no es la suya. Terrorífico en un representante público
que juró respetar la Constitución y los derechos que allí se recogen para todos
los ciudadanos y ciudadanas en la misma medida. Con sus derechos y su libertad
a decidir a quién amar o cómo vivir su sexualidad.
Que en el siglo XXI haya que
escuchar noticias de este tipo, dice bien poco de la evolución mental de algunos
seres que se quedaron en la fase previa del Australopitecus.
Las religiones se han convertido
en extremismos porque sólo así perviven en su falaz e ingente negocio de
seguirse enriqueciendo a costa de quienes sí creen de verdad en el Más Allá.
Y España no está libre de que
estos terribles acontecimientos puedan suceder. Sólo hay que escuchar al Ministro
de Interior decir que los homosexuales pueden provocar la extinción de la raza
humana. Si la persona que vela –o que supuestamente vela- por nuestra seguridad
piensa así, ¿qué nos hace suponer que en algún momento no prevalecerá su
integrismo al respeto más intrínseco de la ley? Tampoco ayuda el obispo de
Alcalá con su continua sucesión de declaraciones estultas en las que pareciera
dar a entender que se dedica a practicar “labor pastoral” en todos los clubes
de alterne de la noche madrileña habida cuenta de su conocimiento de quiénes y
cómo trabajan en ellos. No sabemos si en ese sacrificio en pro de la
evangelización habrase levantado la sotana o simplemente habrá genuflexionado
las rodillas intentando comunicarse con el “todopoderoso aparato que lleva a la
gloria” pero lo cierto es que en menos de dos metros de altura no se puede ser
más retrógrado y animal –y que me perdonen las jirafas-.
En este país de porteras en el
que nos interesa más saber con quién se acuesta Pepe y Juan que saber si
podremos llevarnos un mendrugo de pan para comer, esta raza de parásitos son
sotana que sólo se alimentan de nuestras energías y dinero, encuentran el campo
bien abonado. Como la mejor de las bacterias.
Por buscar una cosa buena, decir
que esto tiene cura. Despojar de todo privilegio a quienes sólo han trabajado
para expoliar nuestras vidas para que, esta vez sí, tengan tiempo para la
oración.
Aviso: esta noticia es muy dura para las personas que aún tienen algo de sensibilidad