domingo, 9 de noviembre de 2014

La oportunidad del Racing de Santander #OportunidadRRC

Vaya por delante que a mí el fútbol, pues ni fu ni fa. Que nunca he entendido ese grado de pasión adolescente por once tíos que se empeñan en jugar al balón. Pero, oye, que en este modo Zen en que me hallo, pues me resultan hasta entrañables.

Habrá amigos y compañeros que se extrañen de que, para una vez que me salto la norma, escriba sobre el Racing de Santander;  tranquilos, que lo vais a entender a la perfección. O por lo menos eso espero. Se lo prometí a una persona que es muy cercana a mí y ¡a ver quién es la guapa que no cumple la promesa! Yo no me atrevo, así que en estas me hallo.

Veréis, he de reconocer que esto del Racing es como cuando te enganchas a un culebrón de 200 capítulos en el capítulo 156. Por mucho que te imagines el inicio de amor entre los protagonistas, sus deseos puros y su bienintencionada capacidad de ser lo mejor, la perversidad de la familia política intentando acabar con ese amor, etc., probablemente no seas capaz de ponerte en la cabeza del guionista ni en el ejercicio más osado de imaginación. Así que voy a omitir la prehistoria y la historia pasada de la situación actual porque entenderla me llevaría bastante más tiempo que hacerme con la Física Cuántica y no tengo edad yo de semejantes excesos.

A raíz de un comentario que leí en una red social y de un debate de estos de horas vespertinas en alguna radio regional –que también son ganas de que se me indigeste la comida, ya-  me dio por entrar a mirar opiniones de racinguistas, de personas comprometidas en salvar al Racing de Santander. Y es que, a veces, hay que pararse a leer lo que sienten y piensan quienes, supongo,  son el sustento de ilusión –y económico-del club que no son otros que quienes pagan por sus entradas y sacan sus abonos, carnets, o como quiera que se diga.

Llevo semanas siguiendo lo que bajo el hashtag #Oportunidad RRC muchos aficionados, periodistas y pseudoperiodistas  cuentan– los periodistas pasamos cinco años de nuestras vidas formándonos para serlo, y el primer día ya nos dijeron que la gente que oye la radio ni es sorda ni imbécil- .

Y me he dado cuenta de que hay dos bandos claramente diferenciados: los que pelean desde la ilusión, la honestidad, la generosidad –y un ciento de valores positivos para el deporte y para la vida en general- porque se salve un club al que sienten un poco (en realidad, un mucho) suyo. Y por otro lado, en el apartado perverso de la telenovela, están los que viven de las malas noticias y de ir a rebufo del trabajo de los demás. Porque existe el periodismo –e incluso el pseudoperiodismo- de la desgracia ajena, aquel que necesita echar sal en el más dulce de los postres para poder narrar –y a veces mal- la cara de desagrado del que comía la tarta. Es como el periodismo de guerra pero en cutre y provinciano. Vamos, un quiero y no puedo. Se llaman “independientes” –independientemente de cuál sea la verdad cuento lo que les interesa a los que me sufragan el chiringuito-. Pero ahí están, sentando cátedra. Lo más de lo más.

Lo raro no es que haya bandos, porque uno no es nada en la vida si no ha estado en alguno en alguna ocasión, lo curioso es ver quién se suma a cada uno de ellos. Y como todo en la vida, lo similar atrae a lo similar. Los mediocres se juntan en ‘cuchipandis’ y la honestidad hace piña.

Y una, a la que el fútbol le importa bastante menos que la buena gente que pulula por él, desea que la buena gente logre su objetivo.
Según mi abuela –que era la más sabia entre las sabias- es requisito fundamental ser buena persona para ser bueno en cualquier faceta vital. Y como no soy nadie para llevar la contraria a la experiencia de los años, me sumo al carro de la honestidad, del trabajo y os  deseo de corazón que salvéis al Racing, que os hagáis con unos buenos guantes para sacar palos de las ruedas y, sobre todo, que sigáis siendo como sois. La mediocridad tiene menos fecha de caducidad que los yogures de Cañete.